José Gaspar Rodríguez de Francia es una de las más grandes figuras en historia paraguaya asimismo la más enigmática. Hasta el gran escritor paraguayo Augusto Roa Bastos garabateó una suerte de autobiografía apócrifa sobre Rodríguez de Francia llamado "Yo, el Supremo" que revelaba probablemente sus pensamientos y que luego se transformó en un indiscutido clásico de literatura latinoamericana. Gobernando desde 1814 hasta su muerte en 1840, Francia tuvo éxito construyendo una fuerte, próspera y afianzada nación independiente en un álgido momento cuando la existencia del Paraguay como un país distinto parecía improbable. Cuando murió, legó un país en paz, con arcas repletas y muchas industrias florecientes. Frugal, honrado, competente y diligente, Francia era tremendamente popular con las clases bajas. Pero a pesar de su popularidad, Francia pisoteó los derechos humanos y impuso un estado policíaco autoritario basado en el espionaje y una dura coerción. Bajo Francia, Paraguay sufrió un recambio social que destruyó las elites viejas.
Vale notar que si bien Francia fue cruel dictando las condiciones carcelarias, sus victimas mortales no eran numerosas comparando a las incontables muertes ocasionadas en las previsibles revoluciones sangrientas que se suscitaban casi anualmente en el resto de la América Latina. Para ser exactos, Francia solo mandó ejecutar cuarenta personas mientras ostentó el poder.
El Paraguay independiente era una área relativamente subdesarrollada. La mayoría de los residentes de Asunción y virtualmente todos los colonos rurales eran analfabetos. Las elites urbanas tenían acceso a la enseñanza privada. La educación universitaria, sin embargo, se restringió para unos pocos que podían pagarse el lujo de estudios en la prestigiosa Universidad de Córdoba en la actual Argentina. Prácticamente nadie tenía algún tipo de experiencia de gobierno, finanzas o administración. Los colonos trataban a los indios un poco mejor que los esclavos y el clero paternalista los trató como a niños. El país estaba rodeado por vecinos hostiles incluyendo las hiperbelicosas tribus de Chaco. Se necesitaron medidas fuertes para salvaguardar al país de la desintegración.
Francia, nacido en 1766, pasó sus días de estudiante estudiando teología en el colegio Monserrat dependiente de la Universidad de Córdoba (actual Argentina). Pese a los rumores maliciosos de que su padre brasileño era mulato y tabacalero, Francia se ganó la codiciada silla de teología en el Seminario de San Carlos en Asunción en 1790 (en el cual solo gente de "raza pura" podía ejercer la docencia). Sus opiniones radicales hicieron su posición insostenible allí como maestro y debió dejar la enseñanza para estudiar derecho. Devoto de la Iluminación y la Revolución Francesa, lector perspicaz de Voltaire, Jean-Jacques Rousseau y el Enciclopedismo francés, Francia tenía la biblioteca más grande en Asunción. Su interés en astronomía, combinó con su conocimiento de francés y otros asuntos "arcanos" en Asunción impresionó a algunos paraguayos supersticiosos quienes lo consideraban como un mago capaz de predecir el futuro. Como abogado, se reveló como activista social y defendió siempre al menos afortunado contra el solvente. Demostró temprano interés en la política y logró con dificultad el cargo de alcalde de primer voto, o sea, cabeza del cabildo de Asunción en 1809, la posición más alta que podía aspirar un criollo.
Después del cuartelazo del 14-15 de mayo que trajo la independencia, Francia se convirtió en un miembro de la junta gobernante resultante del golpe exitoso. Aunque el poder real descansaba en el ejército, la cintura política de Francia le valió el apoyo de los campesinos de la nación. Probablemente el único hombre en Paraguay con habilidades diplomáticas, financieras, y administrativas, Francia construyó su base de poder en sus habilidades orgánicas y su personalidad poderosa. Burlándose de los diplomáticos porteños en las negociaciones que produjeron el Tratado del 11 de octubre de 1811 (en el cual Buenos Aires reconoció implícitamente la independencia paraguaya a cambio de promesas vagas de una futura alianza militar), Francia demostró que poseía habilidades cruciales para el futuro del país.
Francia reforzó su poder convenciendo a la insegura elite paraguaya de que él era indispensable. Pero al final de 1811, descontento con el papel político que los oficiales militares estaban empezando a jugar, él renunció a la junta. En su jubilación en su modesta chacra en Ibaray, cerca de Asunción, les decía a innumerables ciudadanos comunes que solían visitarlo que su revolución había sido traicionada, que el cambio del gobierno sólo significó la transición de una elite española hacia una elite criolla y que el actual gobierno era incompetente y mal administrado. De hecho, el país se estaba dirigiendo rápidamente hacia una fatal crisis. Estaban los portugueses quienes amenazaban exceder las fronteras norteñas y el gobierno porteño tenía prácticamente cerrado el Río de la Plata al comercio paraguayo imponiendo impuestos y capturando naves. Para colmo el gobierno porteño envió órdenes directas para formar un ejército paraguayo para combatir contra los españoles en Uruguay desatendiendo el Tratado del 11 de octubre. El gobierno porteño también informó a la junta que deseaba volver a abrir conversaciones.
Cuando la junta dióse cuenta de que un diplomático porteño estaba en camino a Asunción, hubo pánico porque no era competente negociar sin la presencia de Francia. En noviembre de 1812, los miembros de la junta invitaron a Francia a encargarse de la política extranjera, oferta que Francia aceptó. A cambio, la junta estaba de acuerdo en poner medio ejército y mitad de las municiones disponibles bajo el mando de Francia. En ausencia de alguien semejante a él en la junta, Francia fácilmente controló el gobierno en muy poco tiempo. Cuando el enviado argentino, Nicolás de Herrera, llegó en mayo de 1813, se enteró de que todas las decisiones tenían que ser aprobadas por un congreso paraguayo que se reunía a más tardar en septiembre. Entretanto, Paraguay se declaró independiente de nuevo de la Confederación Argentina y expulsó a dos miembros de la junta conocidos por su inocultable simpatía por la unión con la Argentina. Bajo virtual arresto casero, Herrera tenía pocas chances de conseguir apoyos a favor de la unificación, pese a que acudió al soborno.
El congreso que se inició el 30 de septiembre de 1813 fue ciertamente el primero de su tipo en América Latina. Había más de 1.100 delegados elegidos por sufragio universal masculino y muchos de estos delegados representaban a los pobres que son la mayoría rural paraguaya. Irónicamente las decisiones de este cuerpo democráticamente elegido pondrían las bases de una dictadura larga. A Herrera no le fue permitido asistir a las sesiones ni para presentar su declaración, en cambio el congreso dio un apoyo aplastante a la política extranjera antiimperialista y antiunionista de Francia. Los delegados rechazaron una invitación para un congreso constitucional en Buenos Aires y establecieron una república paraguaya, la primera en América española, con Francia como primer cónsul. Se suponía que Francia intercambiaría lugares cada cuatro meses con el segundo cónsul, Fulgencio Yegros, pero el consulado de Francia marcó el principio de su férreo gobierno directo porque Yegros no era más que un títere. Yegros, un hombre sin ambiciones políticas, representaba a la elite nacionalista militar criolla, pero Francia ya tenía mucho poder ya que lo basaba sobre las masas nacionalistas y populares.
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