De muchas maneras la Guerra del Chaco actuó como un catalizador para unir la oposición política con los obreros y campesinos que fueron elementos cruciales para una revolución social. Después de la tregua de 1935 retornaron a casa miles de soldados y lo que quedó del ejército regular tuvo que patrullar las líneas delanteras. Esos soldados que compartieron peligros y vericuetos bélicos estaban resentidos con los liberales a quienes creían ineptos e incompetentes manejando el país durante la guerra. Daban testimonio del estado miserable del ejército paraguayo (pese a que sus escasos recursos fueron muy bien aprovechados al máximo) y fueron forzados en muchos casos a enfrentar al enemigo munidos sólo con machetes.
Después de todo lo que sufrieron, las diferencias políticas partidarias les parecían tan nimias. El gobierno enardeció a los veteranos al negarse a otorgar pensiones en 1936 mientras otorgó una pensión de 1.500 pesos oro por año a Estigarribia. El coronel Franco, en deber activo desde 1932, se convirtió en la cabeza de los rebeldes nacionalistas. La chispa final de la rebelión estalló cuando Franco fue desterrado por criticar a Eusebio Ayala: el 17 de febrero de 1936, unidades del ejército irrumpieron en el Palacio Presidencial y Ayala fue forzado a renunciar acabando así treinta y dos años de dominio liberal.
Fuera del Paraguay, la revuelta de Febrero '36 fue interpretada como una paradoja porque derrocó a los políticos que habían ganado la guerra. En cambio los soldados, veteranos, estudiantes y otros que se sublevaron sintieron que esa victoria había sucedido pese al gobierno liberal. Prometiendo una revolución nacional y social, el Partido Revolucionario Febrerista (PRF) normalmente conocido como el Febrerismo, puso al desterrado en la Argentina coronel Franco como presidente. El gobierno de Franco demostró ser serio sobre la justicia social desposeyendo más de 200.000 hectáreas de tierra para dárselas a 10.000 familias campesinas. Además el nuevo gobierno les garantizó el derecho de huelga a los obreros y estableció el día laboral de ocho horas. Quizás la contribución más duradera de ese gobierno afectó a la conciencia nacional. En un gesto de volver a escribir la historia y borrar siete décadas de vergüenza nacional de un plumazo con el guiño del coloradismo, Franco declaró a Francisco Solano López como un "héroe nacional sin ejemplar" porque se atrevió a enfrentar a las amenazas extranjeras y fue enviado un equipo a Cerro Corá para encontrar su tumba nunca marcada. Una vez encontrado el cuerpo, el gobierno lo enterró junto con su padre Don Carlos López en una capilla designada como el "Panteón Nacional de Héroes" y después erigió un monumento en su honor en Lambaré, la colina dominante de Asunción.
Al nuevo gobierno le faltó un claro programa a pesar del entusiasmo popular que saludó a la revolución del Febrero '36. Como síntoma de los tiempos, Franco empleaba el estilo Mussolini dando discursos desde un balcón. Pero cuando publicó su olorosamente fascista Decreto-Ley N° 152 que prometía una "transformación totalitaria" similar a aquellas en Europa, las protestas hicieron erupción. Los elementos juveniles e idealistas que colaboraron con el movimiento febrerista se sintieron anticuados en el esquema político y social de esa época y Franco se vio en profundos problemas políticos. El gabinete de Franco reflejó casi cada sector concebible de opinión política: había socialistas, simpatizantes del fascismo, nacionalistas, colorados y liberales cívicos. Un nuevo partido para apoyar al régimen, la Unión Nacional Revolucionaria, se fundó en noviembre de 1936. Aunque el nuevo partido abogaba por la democracia representativa, derechos campesinos y obreros y nacionalización de las industrias importantes, falló en sumar más apoyo a Franco. El presidente perdió pronto el apoyo popular ya que no logró mantener sus promesas hechas a los pobres porque no se había atrevido a expropiar propiedades de hacendados extranjeros mayoritariamente argentinos, para hacer realidad la sociabilización de las tierras. Además el liberalismo aún tenía apoyo militar influyente para el derrocamiento de Franco. Cuando Franco pidió a las tropas paraguayas que abandonen las posiciones avanzadas en el Chaco que se habían instalado desde la tregua de 1935, el ejército se sublevó en agosto de 1937 y devolvió al poder a los liberales.
El ejército, sin embargo, no tenía una opinión unificada sobre el febrerismo. Algunas intentonas advirtieron al presidente liberal Félix Paiva (antiguo decano de derecho en la Universidad Nacional de Asunción) que aunque los febreristas estaban fuera de poder, estaban lejos de estar muertos.
Entre tantas trifulcas políticas, se logró un buen resultado para terminar el viejo litigio chaqueño: se firmó la paz con Bolivia el 21 de julio de 1938, fijando los límites finales más atrás de las líneas militares paraguayas en ese entonces, pero ganando por cierto bastante territorio nuevo a los bolivianos aunque no se logró retener el río Parapití como frontera. En un plumazo, los resultados fueron positivos ya que desde la Independencia, el Paraguay no conseguía efectivizar su posesión sobre el Chaco entero por diversas razones: indios belicosos locales, la derrota en 1870 que priorizó la rápida normalización de la vida cotidiana, contener a la Argentina en sus pretensiones entre el río Verde y el río Pilcomayo, las pullas entre colorados y liberales... para al final lograr más tierra más allá del límite más generoso jamás propuesto con Bolivia en tiempos de paz (Pinilla-Soler, 1907) y quedar el puerto Bahía Negra bajo soberanía indiscutible paraguaya. A Bolivia se le cedió unos pocos kilometros del río Paraguay al norte del puerto Bahía Negra y la entera posesión del río Parapití para evitar su insastifacción (y probables y futuros deseos de una guerra revanchista) y demostrar que el Paraguay pese a la guerra no provocada por él y luego ganada demostraba interés en la hermandad con sus vecinos.
En 1939 el liberalismo sabía si quería permanecer en el poder tenía que escoger a alguien con estatura nacional como presidente. Eligio Ayala, probo hombre público indiscutido ya había muerto en 1930 entonces el general Estigarribia, el héroe de la Guerra del Chaco, fue su candidato natural.
Estigarribia que se encontraba en los Estados Unidos como enviado especial, comprendió rápidamente que debía adoptar muchas ideas febreristas para evitar la anarquía y exhibir señas de dialogo con los opositores. Eludiendo a los ultraliberales en el Congreso Nacional quienes se oponían a él, Estigarribia asumió "temporalmente" poderes dictatoriales en febrero de 1940, pero prometió que la dictadura se acabaría en cuanto una constitución realista y acorde a los tiempos fuera escrita.
Estigarribia persiguió vigorosamente sus metas. Comenzó un programa de reforma de tierra que prometía una pequeña parcela para cada familia paraguaya. Volvió a abrir la universidad, equilibró el presupuesto, financió la deuda pública, aumentó las reservas del Banco Central, llevó a cabo reformas monetarias y municipales y preparó planes para construir carreteras y obras públicas. Un plebiscito hecho en agosto de 1940 ratificó la constitución propuesta por Estigarribia que permaneció vigente hasta 1967. La constitución de 1940 prometió un "fuerte pero no despótico" presidente y un nuevo y fuerte estado de derecho pero expandió grandemente el poder a favor de la rama ejecutiva legitimando así una abierta dictadura.
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